(Relato) Casandra, la profeta que intentaron silenciar

La familia real troyana no era tan diferente de otras familias de cualquier posición social. Es cierto que gozaban de privilegios como tener un techo y comida asegurada, pero tampoco les faltaba una dinámica familiar contaminada donde reinaba el caos y las traiciones. Hécuba, la madre de Casandra era una mujer que dirigía la casa como tarea principal y se dedicaba a frustrar el futuro de la profeta como pasatiempo favorito. Su hermana Laódice, que era la niña dorada y un año mayor que Casandra, tenía una increíble habilidad para controlar a las personas y las situaciones muy superior a la de su madre, tanto dentro como fuera del entorno familiar, y siempre en contra de Casandra. Era algo que tenían en común ambas, un don al que sabían sacarle partido para crear el caos mientras hacían creer a todos que ellas eran las víctimas. El rey Príamo era también como ellas, un manipulador pero con un carácter más irascible. Mostraba su posición de poder como si le divirtiera tener súbditos en vez de familia, dejando claro que todo lo que tenían era gracias a él, aunque para mucha gente parecía una persona encantadora. Su hermano Paris, había salido más al padre, pero últimamente estaba más inclinado a imitar la actitud de la madre. Cuando Casandra tenía una premonición intentaba avisarles de lo que sucedería, pero la familia, hartos de que ella tuviera voz, le dijeron: «¡Cállate Casandra, no ves que nadie te está escuchando! A nadie le importa lo que tú dices». Durante toda su vida había estado intentando integrarse en su propia familia, hasta que un día decidió dejar de agradar a ese grupo y dedicar ese gasto de energía y tiempo a encontrar su sitio en el mundo. «Al fin y al cabo pensó no podemos cambiar de donde venimos pero sí hacia donde vamos».


Un día se encontró con Apolo, el dios del conocimiento, el arco y la lira, cerca del muro de Troya que tiempo atrás había sido construido con ayuda de él y de Poseidón bajo las órdenes de Laomedonte, padre del rey Príamo, como castigo por sublevarse a Zeus. Fue todo bien hasta que los dioses acabaron el trabajo y Laomedonte no les quiso pagar y ellos se vengaron mandándoles una epidemia y un monstruo para atemorizarles. Aún así, Apolo sigue teniendo buen trato con la familia de Casandra y ésta siempre ha pensado que, en caso de una guerra, lucharía en favor de Troya. El dios se le acercó e interrumpió sus pensamientos. Era un hombre hermoso, alto y fuerte, y su forma de caminar era lenta pero firme, como si supiera que cualquier presa no tenía posibilidad alguna de escapar de su puntería. Pero quizás, lo más llamativo de su aspecto era que su mirada estaba vacía, y parte de su lenguaje corporal no encajaba con el intento de transmitir la confianza que tantse estaba esforzando por aparentar. Entonces, sin saber Casandra cómo, el dios le propuso un trato: le ofreció el don de la adivinación a cambio de ciertos favores. En un principio, no creyó que necesitara de su aprendizaje puesto que su hermano Héleno y ella habían sido agraciados con el poder de la premonición por una serpiente cuando eran pequeños. La profeta le estuvo contando algunos momentos en los que había usado su poder, pero Apolo no parecía sorprendido con lo que le contaba.

¿A eso lo llamas profetizar? Cualquiera con un mínimo de sentido común hubiera sacado las misma conclusiones que tú ante esas situaciones. Que por cierto, tampoco es que fueran ni muy buenas ni estuvieran bien expresadas. — Casandra sintió que el dios parecía mucho más grande que cuando había empezado a hablar con él. O ella se hizo más pequeña. Apolo se mostraba tranquilo y hablaba con voz serena y armónica, como si no hubiera nada en el mundo que pudiera alterarlo. Eso hizo que, a pesar de la dureza de sus palabras, la troyana no se sintiera atacada y se justificara avergonzada por haber creído que poseía semejante poder.

Bueno, yo creía que podía adivinar ciertos eventos porque mis lóbulos fueron lamidos por la serpiente en tu templo, así que…

¡Bobadas! Os llenáis la cabeza de cuentos infantiles y os los creéis hasta tal punto que vivís alrededor de ellos para mantenerlos vivos y sentir que son reales; pero no lo son.—A pesar de mostrarse sereno, Apolo parecía mofarse de sus palabras al mismo tiempo que le acariciaba dulcemente su larga melena.—¿Sabes por qué acabé con la serpiente Pitón? No sólo porque intentó matar a mi madre, sino porque era la barrera que impedía el acceso al oráculo, es decir, al conocimiento. Pitón representaba a la peligrosa ignorancia que no permite que nadie pueda conocer la verdad porque obtendrían el poder de cambiar su propio destino, o de fortalecerles el espíritu para que los actos hostiles apenas les afectase.

Y ahora esa barrera eres tú. Tú decides quién puede tener acceso al conocimiento y quién debe ser como un barco a la deriva impulsado por Eolo. ¿Qué te hace digno de semejante tarea?—Una vez salieron estas palabras de su boca ya no había vuelta atrás. El dios parecía asombrado por la pregunta y Casandra creyó ver cierta chispa de rabia en su mirada, como si la estuviera considerando una amenaza. A pesar de todo, no desató su furia sobre ella por osada y contestó usando un tono más suave, casi envolvente.

Soy el único de los dioses que desea que a los mortales les vaya bien. Fui castigado por vengar la muerte de mi hijo Asclepio, el médico, que fue asesinado para no enseñar a los hombres el poder de la sanación y que perecieran ante la ira de los dioses. Y tú Casandra, puedes ser la más grande de las profetas si aceptas mi acuerdo —Apolo empezó a bajar más el tono, era más bien un susurro con el que se iba acercando poco a poco a ella—Este es tu destino, has nacido para hacer esto...a mi lado.

Bueno yo...— la profeta parecía encontrarse bajo un influjo muy poderoso que no le permitía pensar con claridad. Se encontraba cansada, pero no un cansancio de sueño, sino el que tienes después de estar mucho tiempo luchando para poder mantener tu libertad y tu dignidad. Así que, con una sensación de tristeza que no sabía de donde venía, accedió a su proposición —De acuerdo.


Las siguientes semanas, Apolo se encargó de su formación donde le enseñó a leer y a escribir en latín y griego, concediéndole así el poder de acceder a cualquier documento para obtener su información. Es quizás lo más importante que aprendió durante toda su enseñanza. Podía leer cualquier manuscrito y entenderlo e incluso escribir una reflexión sobre lo que acababa de leer. Las semanas pasaban y Casandra leía cada vez más. Y reflexionaba. Y escribía. Y volvía a leer. Y volvía a reflexionar. Y volvía a escribir. Su mente era cada vez más consciente de sí misma, de la época en la que se encontraba y de su posicionamiento en ella como persona, como princesa y como mujer. Llegó el último día de clase y Apolo quería su pago.

Bueno, parece que ya hemos terminado. Te he enseñado todo lo que sé, así que espero que sepas agradecer mi generosidad con la que otros sueñan. —Apolo levantó la barbilla al terminar esa última frase como un dios que muestra su fortaleza ante los más débiles para ser venerado. Sin embargo, la profeta ya no apreciaba esa grandeza que la hizo sentir inferior semanas atrás, cuando tuvieron su primer encuentro. Tampoco le pareció justo el pacto que había tenido que aceptar para poder recibir sus enseñanzas. ¿Por qué debería ceder el uso y disfrute de su cuerpo a alguien a cambio de algo que, según dice, mató a una serpiente para que cualquiera pudiera tener acceso libremente? Había aprendido que la mujer en esta época, incluyendo las princesas, no tienen nada y no se pueden quejar sólo por el hecho de que no les falta comida, ropa, y comodidades. Saben que no tienen libertad, que no pueden elegir y que ni siquiera tienen acceso a la verdad porque no saben leer ni escribir. El conocimiento es el único privilegio porque es un bien del que sólo pueden gozar unos pocos. Casandra pensaba que si ella hubiera dispuesto de ingresos propios podría haber hecho frente al pago de sus servicios. Eso hubiera evitado su posición vulnerable por falta de recursos económicos en la que siempre hay alguien dispuesto a sacarle provecho.

Es cierto, has sido muy generoso. Sin embargo, después de todo lo aprendido durante estas semanas, no creo que deba acceder a lo acordado previamente, pues sería honrar a la ignorancia con la que antes pensaba y hablaba. Ahora entiendo quien soy yo, cual es mi poder y cual es mi misión en este mundo. También conozco mi derecho a negarme a que uses mi cuerpo como un objeto para satisfacer tu minuta.

¿Estás diciendo que no vas a cumplir tu parte del trato?—Apolo estaba parado frente a ella, con los dientes y los puños apretados. Entonces, la profeta empezó a tener miedo. En su mirada había una oscuridad infinita, como si dentro de él sólo hubiera un abismo profundo del que resurgen los demonios del Hades para vengarse.

Está bien—dijo con gran esfuerzo para mantenerse sereno—no voy quitarte el don que te he regalado porque...

Porque no tienes poder para hacerlo— Casandra interrumpió al dios con una actitud firme y sin titubear. Su cuerpo estaba erguido y su mirada era tan penetrante que parecía ir en busca de esos monstruos que querían intimidarla. Ahora era ella la que parecía haber crecido, manteniéndose impávida ante una deidad a la que había que temer si se le desafiaba— Todo lo que se le da a una persona, se le puede quitar. Sin embargo, lo que no te pertenece no lo puedes coger, ni siquiera por coacción. Este don no era tuyo, nunca lo fue. Forma parte de mí, es parte de lo que soy. Tú sólo me hiciste consciente de él y de su poder. Quizás nunca pensaste que sería capaz de llegar a este nivel de crecimiento y que siempre dependería de ti. Pero soy una mujer que puede valerse por sí misma y no te pienso consentir que me hagas creer lo contrario. Sin sumisos no hay poderosos. —La ira de Apolo se aproximaba y Casandra no iba a salir bien parada. Sin embargo, el dios pasó de estar apunto de volcar su rabia contra ella a mostrarse más tranquilo. Comenzó a hablar con un tono suave como si supiera que iba a ganar de todas formas.

¿Crees realmente que estás capacitada para este trabajo? Debes saber que las profecías no sirven de nada si no eres capaz de persuadir a tu público para que te escuche y cambie el rumbo de su destino, o que aprenda a prepararse para lo peor. Y eso, querida, es algo que no tienes ahora ni tendrás nunca. Ese poder es algo que forma parte de uno y como tú no lo tienes todas tus visiones no tendrán efecto sobre nadie. Por lo demás no te preocupes, princesa, tienes de todo en tu castillo; no te puedes quejar, al menos hasta que la familia real Troyana decida lo contrario. Por último me gustaría agradecerte todo lo que he aprendido de ti; creo sinceramente que me será muy útil dentro de poco.— Casandra sintió como esas palabras le helaban la sangre. No sólo era una amenaza en toda regla, sino que le hizo darse cuenta de algo que no percibió antes en ningún momento: mientras ella estaba inmersa en su aprendizaje, no se percató que él aprovechaba el acercamiento para extraer información de ella. Ahora conoce todos sus puntos débiles y sus puntos fuertes y si quiere hacerle daño puede usarlos a su antojo.


Una mañana que Casandra se levantó temprano para dar un paseo tranquilo y disfrutar de un poco de aire puro, empezó a darse cuenta de lo que estaba pasando a su alrededor. Fue encajando las piezas que le ayudaban a entender que las casualidades no existían. Saludaba a la gentes del pueblo y se paraba a conversar con ellos y a escuchar sus sueños y miedos. Siempre les auguraba un futuro reconfortante, incluso cuando no parecía que fueran a ser momentos felices para algunos. Pero desde hacía algún tiempo todos sus amigos y conocidos la trataban como si estuviera loca, como si sus profecías fueran erróneas o improbables. En ese momento, apareció Paris contando que había sido juez para determinar quién era la diosa más bella. Parece ser que Eris se entretuvo en enfrentar a Afrodita, Atenea y Hera lanzándoles una manzana de oro con la frase «para la más hermosa» , y para resolver la disputa eligieron a Paris que, una vez oídas a las tres diosas lo que le ofrecía cada una si era la elegida, se decantó por Afrodita. Ésta le había prometido la mujer más hermosa del mundo, y ésa era Helena, esposa de Menelao, por lo que no hacía falta ser adivino para saber lo que vendría después: Paris le pediría ayuda a Afrodita para conseguirla. Intentó avisar a su familia de que eso haría arder Troya, pero decidieron ignorar sus augurios y tratarla como una demente apocalíptica.


Semana tras semana se iba cumpliendo lo que les auguraba, pero aún así, seguían sin creerla. Después de varios intentos de diálogo para que la escucharan y respetaran sus palabras, decidió no revelar más destinos y, no sabe si por orgullo, o por amor propio, se alejó de toda persona que no mostraba ningún respeto hacia ella ni hacia su trabajo; fue a partir de ahí cuando empezó a quedarse sola. Lo peor de todo es que ella sabía que Apolo estaba detrás de todo eso. Casandra reflexionó sobre por qué, en un principio, había accedido a yacer con él a cambio de aprender el arte de la adivinación, el cual ya poseía. Pensó en todas las imposiciones culturales y el tipo de personas que la rodeaban. «¿En qué momento de nuestra vida—se preguntó— permitimos que las palabras de cualquier persona, ya sea de la familia o alguien ajeno a ella, nos influyan tanto que nos hagan dejar de creer en nosotros mismos y en lo que somos capaces de hacer?». Desde su último encuentro con Apolo, el dios sabía que a ella ya no la podía controlar, así que empezó a manipular como otros la veían y por eso la señalaban como una persona desconectada de la realidad. «De poco sirve imponerse ante la injusticia y el intento de sumisión del tirano cuando el pueblo le facilita la tarea»—pensó.


Aprovechó su soledad no deseada para leer, pero previamente tuvo que ir al templo de Apolo para recoger algunos documentos porque era el único sitio donde podía encontrarlos. Ciertamente el dios había liberado al mundo de la serpiente que impedía el acceso al conocimiento, pero parece que a nadie le preocupaba que sólo él pudiera disponer de esa información. Como ya había estado allí antes, sabía por donde podía entrar y salir sin ser vista. Cogió algunos libros, entre ellos figuraban autores como Ovidio, Apolodoro,Higinio o Luciano y se los llevó a casa. Allí estuvo leyéndolos con tranquilidad hasta que vio que habían escrito sobre Apolo y empezó a horrorizarse. Realmente podía ser temible cuando su amor no era correspondido: A Dafne la convirtió en árbol, a Corónide la mató y se quedó con el niño, y Jacinto murió golpeado por el disco con el que jugaban. Le pareció curioso que en el documento llamado Himno a Apolo lo describieran como un dios valiente y protector. «¿Es que no le conocieron? ¿O es que Apolo se portaba de una manera u otra en función de la persona con la que estuviera tratando? ¿Acaso no habían leído ellos lo mismo que acababa de leer ella? ¿Estaría equivocada sobre la idea que tenía de él?»—la confusión la invadía.


Casandra salió de sus pensamientos cuando su hermano Paris irrumpió en la habitación gritando «¡Mira a quién traigo!». Era Helena, la esposa de Menelao. Lo había hecho. Su hermano acababa de encender la chispa que haría fulminar la ciudad. Héleno y ella intentaron hacer que entrara en razón contándole sus visiones, pero a Casandra la trató de loca y a Héleno le dijo que combatirían como valientes cuando vinieran a por ella. Casandra intentó hablar con otras personas para avisarles de lo que se avecinaba para que estuvieran preparados, pero era inútil porque todos la tomaban por una desequilibrada mental. Aún así ella estuvo insistiendo hasta que oyó las mentiras que Laódice le decía a familiares y gente del pueblo: «A mi hermana no le hagáis caso porque está paranoica a causa de su problema mental y a veces desvaría con el tema de las visiones. Ya os digo yo que no va a ver guerra porque sería absurdo que nos enfrentáramos con los griegos por una mujer, y más por Helena que no tiene nada de especial». Los que la escuchaban se daban media vuelta y volvían a su trabajo quitándole importancia a una situación que pronto iniciaría un cambio en el destino de Troya. A la profeta le llamaba la atención como su hermana si gozaba del poder de persuasión que Casandra no tenía, aunque necesitara difamar a unos y aprovechar la ignorancia de otros para que tuviera efecto.


Sin embargo, poco les duró la tranquilidad a los que la creyeron porque después de eso la guerra no tardó mucho en iniciarse. En Troya se desconocía el pacto que habían hecho los pretendientes de Helena con Menelao de luchar en caso de que alguien secuestrara a la princesa, por lo que el rey de Esparta no tardó mucho en hacerse de un gran ejército para recuperar lo que le habían robado. Los dioses tomaron partido en la guerra en ambos bandos: Atenea, Hera y Poseidón luchaban a favor de los griegos; Ares, Afrodita y Apolo apoyaban a los troyanos. Casandra reflexionaba sobre el hecho de que alguien pudiera ser tan hipócrita para hacer que nadie creyera sus premoniciones sobre el futuro trágico de su ciudad, al mismo tiempo que ayudaba a su familia en una guerra.«Me gustaría saber qué tipo de acuerdo habrán llegado y el papel que juego yo en el mismo»—pensó Casandra. Sobre todo porque ella sabía que Apolo también podía predecir el futuro y estaba segura de que él ya había visto lo mismo que ella, o quizás algo más. De pronto le vino una secuencia de visiones espantosas: un caballo de madera con griegos dentro, Troya ardiendo, ella violada por Áyax, entregada a Agamenón como concubina y asesinada por su esposa.


Así que era esto lo que no se quería perder Apolo—dijo Casandra lentamente en voz alta cuando, finalmente, entendió todo sobre su destino— la destrucción de la indócil que le desafió.

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